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Wednesday, July 04, 2007

Poema III

Qué somos los hombres, sino un reloj de agua y arena
lanzado a la inmensidad de la duda y el espanto.
Qué somos los poetas, sino esa savia que ondula cariñosa
en la fibra de las palabras cuando maduran el poema.
Enviones de protesta a nuestras raíces de impotencia.
Se eleva la voz en murmullos de lluvia que moja con caricias.
O cuando el grito abraza una causa justa que nos absorbe
en letanías mudas que nadie escucha, o casi nadie…
Nos acomete la locura y volamos en mundos ficticios
sabiendo que se nace varias veces en la escritura
y se muere otras tantas arrodillado ante la belleza,
la utopía y verdad engendradas en las entrañas de la tierra.
Somos esas bestias que se alivian paciendo en la hoja del manuscrito.
No nos hace más ricos, ni famosos ni siquiera eternos;
pero nos acercamos un algo a los dioses.
En nuestro olimpo de biblioteca en la alquimia de los antiguos
con cabeza de minotauro futuro,
y somos nuestra piedra filosofal, el secreto de la juventud
y de la dicha.
Si tenemos que vestirnos de corderos para crear al pastor,
de saltimbanqui Buda o Macabeo; todos somos y ninguno,
es el efecto histérico de la obsesión por vivir todas las vidas
en una que valga la pena…
La de trovadores fugitivos en el juego de barajar conceptos,
ideas y metáforas sedientas.
No hay nada que no sea posible bajo nuestra poesis,
un día somos la victima y otro el asesino;
todos bajo un ápice de piedad que da la pluma.
Nos hacen más piadosos con el capricho de buscarnos
revolviendo saldos que dejaron los grandes maestros
poniéndonos a contar los instantes de dicha, angustia
y tribulación de los hombres en la existencia.
Qué somos los poetas sino un puñado de poemas
lanzados al universo en la altura del hombre.

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