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Wednesday, May 30, 2007

Rapsodia de Risas

Rapsodia de risas

para el fracaso de la muerte.

El sol
se ha escondido detrás de la sangre abierta
para conjurar
el nacimiento del levante.

Atrás se aparcó el silencio, los nenúfares podridos de las ciénagas aterradas de moho, el tiempo de la duda y del fracaso, la maldición del héroe herido por el fuego.

Noches de insomnio
agazapadas en el miedo:
calimas
repoblando
la luz
de la soledad.

Días
en los que los intestinos cabalgaban
como trenes sin rumbo,
tardes grises
a la espera de soliloquios vacíos.

Y todo se abrió en el resplandor de la herida: la luz se expandió entre los músculos caracoleando risas y suspiros.
Y vino el dolor del amor renovado en futuros, de los ojos brillando besos, de las manos entrelazando promesas ahora ya no desleídas o vanas, de los ecos repicando futuros.

Una gazania
sonrió, coqueta y soñadora,
en el corazón dolido de la náusea
recuperando caminos.

(Al otro lado, en el territorio donde el pasado se hacía tumba, las risas no pudieron con las lágrimas y el dolor se convirtió en cadáver de ausencias, en soledades amortajadas por el tiempo)

Luis E. Prieto
Mayo-07

Hermano, de Asis

Hermano, de Asís

A lo largo del camino, en el hilo que dejan
los bueyes de mis lágrimas,
mi boca ha sonreído en mueca de contento
al observar las amapolas.
Me he acercado a Dios más cerca de lo posible
y al infierno más de lo tolerable;
he conversado con pájaros alucinados.
Abierto todas las puertas y cerrado algunas;
en bordes de coníferas bosques temerarios
me llevaron por laberintos de confusión y pena.
Signos que tomaron mi cuerpo como arcos
al lanzar flechas en heridas dolorosas de espanto y angustias.
Perdí mi nombre durante la noche y recuperé
las tardes a los bordes del río.
Se me llenaron los ojos de ternura al oler almendros en flor.
Compuse cantos de agua, versos de fangos nombrando al hombre.
Hundí mi cuchillo en el pecado, venciendo al hambre y la sed.
Comí sólo el verso en la inspiración bendita.
De mis labios manó agua purísima y fuego candente.
Bailé las primaveras en la campiña en comunión con las cigarras.
Con quienes resucitó la fe encendida
en los pies descalzos y rebeldes;
las manos en cuencos divinos de entrega
al arrojo de los hombres necios de maravillas.
Estoy en Paz porque bailo con la cuerda que me azota
la carne que se desploma a pedazos
en astros violetas de sangre consagrada.

Marcos en Alejandria

Marcos en Alejandría


Viento liminar a "Marcos en Alejandría":

Más acá de las conjeturas acerca de si su casa fue aquella donde los apóstoles recibieron al Espíritu bajo lenguas de fuego, o de si su cuerpo conoció en los primeros años las costumbres del ocio, pienso en un San Marcos -anciano de los días- conversando con un San Marcos que, por momentos, cree transfigurarse en el Cristo.
Los esplendores y la furia de la memoria, esa madre incestuosa de los hombres, vuelven una y otra vez como llagas. El discípulo de discípulos, el autor del primero de los evangelios sinópticos, el que llega a cortarse alguno de sus dedos para romper definitivamente con la antigua religión (de allí el epíteto de "mutilado"), el valeroso viajero por las muchedumbres que puede contener la soledad, se compara a sí mismo con un hijo del caído.
Imaginé para él, trasvasado desde la niñez por el fuego, una muerte a través del fuego. ¿Pero no es el Espíritu un rabioso fuego que consume?




Llego desde la lluvia del regocijo al mundo de traidores.
Duele mi herida de Caín
aun cuando entrego mi casa, mi manto blasfemado
y el pan que estaba en el principio.
¿Cómo lamer en los contornos del cielo de su sangre?
¿Por qué la travesía?
¿En qué ápice vertiginoso
unirás por fin las soledades que han sido y serán
como hierba sacrificada al viento?
Nada heredamos de este lado.
No te acuestes
ni te goces siquiera por la herida.
Velarás sobre la incertidumbre que falsea
al coronado de lastimaduras.
De suavísima semilla cavas temblor
para transfigurarte de nuevo.
¿Acaso no pronunciaste en plena oscuridad
el sembrador es el que siembra la palabra?
Viviente, séoslo.
El martillo duele puñal de éxtasis.
Mutilado y león, séanlo.
Dije la sombra de las palabras del Reino,
porque una boca humana sólo puede decir sombras.
Bebí la maravilla, bebí el horror.
El espíritu me impulsó al desierto
y comí de langostas y mieles blanquísimas,
clamando a viva voz por su presencia.
¡El descarnado golpea en la renuncia!
¡Quema!
Ahora espero la profanación de esta piel
-inmunda superficie, cárcel saqueada-
como el gadareno llamado Legión
porque era muchos.
Las barcas pasan de una orilla a la otra.
El sacrificio es la ley.
Sube el olor a carne quemada.
Que sople la piedad entre los cuervos.


Manuel Lozano

Magdalena

Magdalena

Bendecidme, oh luz que se filtra
por la ventana de mi túnel.
(Va la Magdalena que buscara
su cristo en el amor a la carne).
Vientre de blasfemias entre las manos de Pilatos
y ladrones de laureles.
Quién se acostó en mi cama derramando su encendida violencia
en la expiación de las mortajas de amores muertos como esperanza.
Apiádate del desasosiego de mi destino trágico
que me aniquila lentamente en lengüetas
desbordadas de baba como palomas.
El caos de mis sábanas devela adentrarse
en el cosmos que cae,
en la fruta madura de vicios rasgados
por complacientes sombras.
Si pudieras responderme,
la oscuridad no me seguiría por laberintos
de sueños en el esplendor de la noche bullente de céfiros.

He bebido del insípido sabor de los tentáculos
que me señalaban como la ramera de los maderos
y los apóstoles de los guijarros.
El caldero siempre estuvo encendido en el trepanar de los fuegos.
Murmullos de voces sin rostros.
El cerrar de una puerta; sedas entre monedas falsas.
La mordedura de la serpiente,
amañarse como se puede en la vida que oscila.
Mi garganta entre los ojos del cuervo,
el rostro del juicio final acecha.
Mi cuerpo incendiado que aúlla,
dejo de pensar y me entrego al vicio que purifica.
Detrás de la puerta hay una fila de varones o sanguijuelas sedientas.
Esperan a la Magdalena de los espasmos...
La santa del sexo que bautiza con la ternura
de sus besos en un perdón atávico de placeres inconfesos.

Cain y Abel

Caín y Abel

Porque creen llamarse Abel y no Caín;
nacidos del mismo padre.
Escarabajo amargo el rencor
con denuedo mastica entusiasta,
golosina frotada por eternas lengüetas envilecidas
en la imprecación al calor de lámpara de acetileno.
¿Qué condena al ardor de los ímpetus huérfanos
de abrazosentre impíos fraternos?
Madre Eva que pariese frutos que desangran
como cuchillos en tierra vacía de recompensas.
Fuerza de cuerpos en la emboscada de las arcillas.
Se deshacen sin decir: ‘Hermano, te acepto’.
Entra, mi casa es tu casa.
Silente el corazón,
Piensa que es Abel y no Caín.
Se alargan los días, voy al desierto.
Y los tanques y las katiushas se aman
en un odio de cortaplumas,
entre grullas infames y palomas sin vida.

Un Edén para el pánico

Las respuestas llovieron tarde, demasiado tarde
para blasfemar la condena del gorrión herido.
Una mota de polvo arrojada mar,
el ruido de un beso de mortajas tendidas.
Acerco las migajas del arrepentimiento
que se hacen arenas y se hunden tras pisadas…

Seré juzgado porque no necesité un salvador
para mis besos de Judas.
Ni escuche el Sermón de la montaña.
Ni dije siete veces siete.
Mas, camino con la revelación a cuestas.
Y resucito en un bautismo de amores a la criatura.
Mi cabeza en la bandeja de la bella doncella
sangre como un Jordán;
yo soy mi profeta.
Debo vestirme e ir al Templo que me enlaza
con la tierra que me sostiene
en un hacha de caninas prestezas.